Es importante tener en cuenta que la orientación debe favorecer el protagonismo de los adolescentes, ya que son ellos los que eligen y deben asumir un compromiso social hacia aquello que han decidido llevar a cabo como proyecto de vida.
Entiendo a la orientación vocacional como un proceso que atraviesa toda la vida y la escolaridad del sujeto y no solo como un acontecimiento a definir en los últimos años del ciclo superior de la escuela secundaria, si bien se hace imperioso en estos últimos escalones de la escolaridad obligatoria realizar una orientación y acompañamiento más intenso.
La orientación vocacional (O.V.) debe ser una actividad dinámica, psicosocial e interactiva por parte del adolescente.
Dicho proceso es realizado por los especialistas educativos como lo son el psicólogo educacional o el psicopedagogo y además están involucrados todos los docentes y directivos de la institución.
El proceso puede dividirse en tres etapas.
La primera etapa atraviesa los tres primeros años de la escuela media y la podemos nominar como de “autoconocimiento”. El sujeto deberá trabajar en torno a la pregunta ¿quién soy yo? para construir su identidad personal y su relación con los mundos sociales que lo rodean y con los cuáles se relaciona como lo son su familia, su grupo de pares y su escuela.
Es importante trabajar aspectos de su personalidad, valores, afectos, influencias familiares o de amigos en torno a la carrera o actividad a elegir, miedos y temores a lo nuevo, etc.
La segunda etapa atraviesa los últimos dos años de la escuela media y la podemos llamar de “exploración del campo social” y “elección”.
En esta etapa, el estudiante deberá trabajar en torno a dos preguntas cruciales: ¿qué oportunidades educativas y/o laborales ofrece mi comunidad? Y ¿Cuál puede ser mi aporte y mi realización personal en aquello que yo elija?
En primer lugar es importante acercarle al alumno todo tipo de información acerca de carreras, sus planes de estudio, validez e incumbencia de los títulos, etc.
Teniendo en cuenta todo lo anterior se arribará a la toma de decisiones.
Algunas de las actividades que se realizan dentro de la institución escolar, y que en mi rol de psicopedagoga llevo a cabo son:
- Reuniones con padres para esclarecer etapa del desarrollo (pubertad y dolescencia), rol de los padres en el proceso de orientación escolar y vocacional.
- Reuniones y encuentros con los estudiantes donde se proponen y desarrollan “núcleos problemáticos”. Es importante estar abiertos a los emergentes del cada grupo.
Algunas de las actividades que se realizan fuera de la institución, que nos permiten abrirnos a la comunidad y establecer vínculos son:
Lic. Edith Beatriz Burgos
4 comentarios:
Quiero aportar a su blog este sencillo pero significativo ensayo, en el que el filosofo argentino Santiago Kovadloff argumenta la siguiente tesis: "La vocación, digámoslo desde ya, no es una elección. Hay, entre una y otra, radicales diferencias."
Lo anterior, con el proposito de suscitar una reflexion acerca de la manera como se define en el texto de la Lic. Edith Beatriz Burgos el concepto de "vocacion", dado que este es definido como simple eleccion.
Creo que definir la vocacion como simple eleccion, implica dejar por fuera una serie de factores que no responden necesariamente a las demandas de un sistema.
EL OFICIO DE LA PASIÓN[1]
Por Santiago Kovadloff.
En vidas como las nuestras, donde todo parece destinado a transformarse, la vocación se manifiesta como un fenómeno anómalo: resiste, indoblegable, el paso del tiempo; expresa, en su constancia sin mengua, la magnitud de su misterio. La vocación, digámoslo desde ya, no es una elección. Hay, entre una y otra, radicales diferencias. La elección es siempre obra del sujeto; la vocación, en cambio, da forma al sujeto, lo constituye. Sí, la vocación nos elige. Ella dispone de nosotros, se nos impone. Podemos, es cierto, desatenderla; no obrar en consonancia con su signo. Pero ese desapego acarrea un costo y ese costo, invariablemente, es el de un profundo desasosiego. Es que al no aceptar ser lo que hacemos, difícilmente podamos llegar a ser lo que queramos. Es fácil, sin consecuencias, dejar a un lado esto o aquello. Gustos, aficiones, y hasta intereses pueden soslayarse sin riesgo. Pero no una vocación. Del vigor de una Vocación, sin embargo, no sólo habla su tenaz persistencia en el tiempo. Mucho dice de él, además, la empecinada decisión con que enfrenta el rechazo que a veces le evidenciamos. Porque si es cierto que quebrantar una vocación equivale a perderse, no haberse visto impulsado alguna vez a terminar con ella implica no haberla sentido en toda su compleja intensidad. Es que una vocación tiene, también, mucho de insoportable. Por naturaleza es absorbente, despótica, inflexible. No tolera ambigüedades ni deserciones, no soporta siquiera claudicaciones ocasionales ni deserciones en su asunción. Exige obediencia, estricto acatamiento. Y lo exige bajo el doble imperativo de la plena subordinación a su mandato y la total consagración a su sentido. Todo ello, como se ve, convierte a la vocación también en una penuria. Porque si es cierto que en su cumplimiento encuentra quien la sirve una de sus máximas satisfacciones, esa misma entrega hace con que los padecimientos que su realización impone alienten, por momentos, el deseo de olvidarla o, al menos, de alternar entre su yugo férreo y alguna opción menos perentoria y acaso más amena. Es que a veces se hace imprescindible sentir, aunque sea fugazmente, que es nuestra voluntad y no nuestro destino la que comanda el rumbo de nuestra vida, libre al fin del oscuro y poderoso mandato que la ha escogido como su vocera. El que alguna vez anhelemos vernos sustraídos al imperioso tener que obrar dispuesto por la vocación, no deja tampoco de vincularse al hecho de que jamás se sepa a ciencia cierta si es recíproca la pasión que une al creyente con su fe. Podrá comprenderse con claridad, en un momento dado, qué exige de nosotros la vocación pero difícilmente llegará el instante en que nos sintamos persuadidos de está sirviéndola como se debe. Por cierto, el reverso de tanta inquietud es la alegría mayor de contar con una pasión o, mejor aún, la alegría de saberse agradado por ella. Y es que, antes que nada y por sobre todo, una vocación. es la más espléndida victoria que un corazón puede lograr sobre la rutina y la indiferencia, y aun sobre la muerte. Porque la muerte puede derrotarnos sólo si nos sorprende fuera del ejercicio de nuestra pasión. Se trata, vista así, de un auténtico privilegio, de un atributo singular. Y quien se entienda como acreedor de tamaño beneficio sabrá que nada ha hecho para merecerlo y que siempre será poco cuanto de sí mismo dé para estar a la altura de la ofrenda. Jactarse de contar con un don semejante es más que un acto de frivolidad: es un indicio triste de incomprensión de su idiosincrasia. La vocación prueba, con su intrincada naturaleza, que el hombre cabal no es el presuntuoso que se juzga patrón de su alma, sino aquél que se sabe a merced de inclinaciones y misteriosos mandamientos que lo fuerzan a desconocerse, si de verdad se quiere reconocer La vocación revela a quien lo abraza que es depositario de un mandato esencial y no el forjador del mismo. Es cierto que la función de ese depositario es, en grandísima medida, la de realizar tal mandato. Pero se trata de cumplir una orden, no de darla. Si hemos de creerle al magnífico Stendhal, no hay nada más hermoso que tener por oficio la propia pasión. Pero, con igual contundencia y menor inspiración, reconozcamos que nada es más extraño, a la llora de averiguar qué se quiere, que verificar que algo se manifiesta a nuestro espíritu ya no como lo que eventualmente podríamos hacer sino, tajantemente, como lo que no podremos dejar de ser. Y es en este punto crucial donde cabe reconocer de qué cantera extrae su goce el hombre vocación. Lo extrae de su persistencia, de la perseverancia con que milita en las filas de su pasión. El es el hombre que insiste, que cava, que trabaja. Consagrarse a una vocación, empero, no implica necesariamente contar con aptitudes de excepción para su cumplimiento. Casi nunca el hombre de vocación difiere del que no lo es por el caudal de recursos de que dispone. Difiere de él, eso sí, por su imposibilidad de dejar de hacer. Aunque no logre llegar adonde quiere no puede renunciar a encaminarse hacia allí. Bethoven lo ha escrito con la ejemplar claridad de los entendidos: "Persevera, propone en carta a su amiga Emilic M., el 17 de julio de 1812‑ no te contentes con ejercer el arte; penetra también en su ser íntimo. En el verdadero artista no hay soberbia; él sabe, desgraciadamente, que el arte no tiene límites y siente, oscuramente, qué lejos está de la meta, y aun cuando pueda ser admirado por los demás, deplora no haber llegado todavía allí donde lo mejor de su genio no resplandece más que como un sol lejano". Sí, el hombre de vocación está perdido. Pero perdido en su propia casa y no en casa ajena. Y ésta y no otra es la diferencia: extraviado en su verdadero hogar, de él emana su alegría. La marcha que lo desorienta se cumple en un escenario que reconoce. El es el laborioso amante de esa causa que, habiéndole probado de mil modos que él ha nacido para ella, jamás le aseguró que ella hubiese nacido para él. Al hablar de la vocación es usual que recurramos al verbo tener. Así es como decimos que ella tiene o que yo tengo vocación. Lo correcto, en cambio, sería decir que a mí o a ella no, sostiene una vocación; ya que, si de tener se trata, es sin duda la vocación la que nos tiene en su poder. Es que la vocación guarda en un puño al corazón que alimenta. Por congénita idiosincrasia, la vocación es hegemónica e imperativa. Contrariamente es más que ajustada la expresión inversa, la que remite a una falta de vocación. De hecho, donde no hay vocación, donde el aliento de su estímulo espontáneo no sobreviene, inútiles resultan todos los esfuerzos por promoverla, vengan por donde vinieren. Si falta la vocación, quien de ella carece podrá decidir, con razonable libertad, en qué ocuparse. No ha sido elegido: podrá, en consecuencia, elegir. No está hipotecado por una irreversible dependencia hacia el mandato. Puede decidir qué hacer. El hombre de vocación en cambio, no tiene remedio, ha sido escogido. Si no acata el mandato impuesto, vivirá acosado por el dolor incesante de una trasgresión primordial. 'El que desea y no obra ‑afirmó William Blacke‑ engendra peste". El hombre de vocación es, por eso, bastante más y bastante menos que cualquiera de sus congéneres. Bastante más porque conoce el fuego vivificante de la pasión. Bastante menos, porque su margen de acción está acotado por la fatalidad. No puede eludir el cumplimiento de su pasión , sin caer en desgracia. Al igual que el Dios Eros, celebrado por Fedro en el Banquete, la vocación es siempre joven, vital, arrolladora. el tiempo que transcurre no merma su lozanía. Envejecen sus emisarios, no la vocación; y su compleja idiosincrasia impide, además, que podarnos prever el instante milagroso de su floración. Porque si es cierto que una vez que se manifiesta ya no retrocede, nadie sabe, en verdad, a que altura de una vida habrá de aparecer. Francia nos brinda, al respecto, (los ejemplos elocuentes: Rimboud se supo poeta casi en la niñez y, cuando la muerte lo alcanzó, hacía ya mucho que vivía violentamente apartado de su vocación. Tenía por entonces la edad aproximada en que Montaigne, no sin asombro, se descubría ensayista. 1990
[1] Tomado del Libro, “La nueva ignorancia” Ensayos reunidos, Santiago Kovadloff.
No tengo el concepto de que la orientación vocacional es una “elección de carrera”, sino un proceso que dura toda la vida; pero que cuando el adolescente está cursando quinto año de la secundaria se le genera la necesidad de esbozar y reflexionar acerca de su proyecto de vida en el sentido de qué hacer después de la educación obligatoria, y es imperioso para nuestros jóvenes el pensar en un trabajo, un oficio o un estudio post- secundario.
En el artículo solo me propuse difundir un proyecto de trabajo que hace más de quince años realizo en una escuela secundaria con modificaciones en todo este tiempo y cuyo objetivo fundamental es acompañar a los alumnos en la difícil tarea que tienen de diseñar y pensar acerca de qué es lo que quieren hacer de sus vidas en los próximos años. Sabemos que hoy en día los jóvenes tienen muchas idas y venidas y que a veces lo que deciden llevar a cabo lo cambian después de experimentar un trabajo y/o la universidad.
De ninguna manera mi pequeño escrito postulaba filosofar o definir epistemológicamente qué es “la vocación”, más que especulación; el artículo trata sobre la práctica de la orientación vocacional a nivel institucional. Una práctica preventiva que me llena de satisfacciones en mi trabajo como psicopedagoga pues no estamos trabajando con problemas, síntomas o reeducación sino con partes positivas y no enfermizas de las personas. La tarea preventiva en psicopedagogía, y la orientación vocacional es una de ellas, es una de las ramas de la psicopedagogía que más se necesita desarrollar en mi país, Argentina.
Cariñosamente, Edith.
Muchas gracias Edith, su información me ha sido de gran utilidad es justo lo que necesitaba recabar con respecto al tema que usted aborda en este artículo.
Felicidades!!
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