Artículo de Sandra Toribio Caballero, psicologa, pódéis encontrar un resumen de su curriculum al final del presente artículo.
Si hacemos memoria y echamos la vista atrás, seguramente
todos podamos recordar algún niño con el que se “metían” en el
colegio de forma reiterada: Quizás le insultaban, se burlaban de él
o le dejaban fuera de las actividades, y posiblemente esto “corría
a cuenta” de alguno de los niños o niñas más populares de la clase.
¿Cómo nos sentíamos nosotros ante estas actuaciones? ¿Sufrimos nosotros
mismos éste tipo de cosas? ¿Llegó a considerarse como un verdadero
problema, donde algún profesor o el Centro tomaron medidas, o simplemente
se “asumió” como parte de la dinámica general de la clase, sin
que los adultos intervinieran?
Hoy en día, recordar estos días de colegio puede
ayudar a que los padres aborden el tema del bullying o acoso escolar
con sus hijos. Recordar éstos sentimientos puede ayudarles a comprender
mejor a sus hijos y las cosas que les pasan en la escuela. También
desde ahí les resultará más fácil ayudarles a que puedan empatizar
con la víctima, darles recursos para que puedan hablar con un profesor
o adulto de confianza en el centro escolar, o incluso detectar si sus
propios hijos son quienes están siendo víctimas de acoso. Pero, ¿cuáles
son los indicadores que pueden ayudar a que los padres detecten que
el problema requiere intervención?
Los niños se pelean, se enfadan y discuten. Sin
embargo, cuando existe de forma sistemática y reiterada en el tiempo
una violencia y abuso de un niño (o adolescente) o de un grupo de ellos
hacia otra u otras personas, en concreto en el ámbito educativo, podemos
hablar de bullying o acoso escolar.
La víctima, que termina en situación de inferioridad, se siente indefensa
y sin capacidad para defenderse o actuar en modo alguno. Se sentirá
atemorizada ante la idea de acudir a la escuela y posiblemente aparezcan
un bajo estado de ánimo, notas más bajas, dificultades para concentrarse
o dormir,…
El niño que acosa suele
ser un líder, popular en la clase y que puede contar con el “apoyo”
de otros compañeros. Las conductas de abuso tienen lugar en las horas
de patio, en los cambios de clase, a la salida del Centro… es decir,
en aquellos momentos donde hay menos control por parte de profesores
o adultos que puedan poner límites. Cada vez más, también, a través
de las redes sociales, como Tuenti o Facebook, que son cada vez la forma
de comunicación por excelencia entre las nuevas generaciones. Estamos
ante un niño con una marcada incapacidad para empatizar, no pudiéndose
poner en el lugar de la persona a quien le está infringiendo un daño.
Respecto a las conductas de abuso, pueden ser de varios tipos: manipulación
(presentando una imagen negativa y distorsionada de la víctima ante
el resto de la clase), amenazas, coacciones (cuando el acosador pretende
que la víctima realice acciones contra su voluntad, ejerciendo un sometimiento),
exclusión social, marginación, intimidación (induciendo miedo al
niño), agresiones, faltas de respeto, ataques a la dignidad (burlas,
ridiculizaciones, motes, humillaciones),…
La víctima terminará siéndolo,
posiblemente, sólo por tener algún rasgo diferente (raza, religión,
forma de vestir, de hablar, altura,…). Al verse sometido a este tipo
de situaciones de forma reiterada, posiblemente terminará sintiéndose
sin saber qué hacer o a quién acudir, bloqueado y pensando que no
haya salida. Es posible que llegue a sentir que merece lo que le está
pasando (los niños agresores escogen como víctimas a niños inseguros
y/o con baja autoestima) o tenga miedo a posibles represalias, a que
no le crean o vergüenza, lo que quizás haga que pase mucho tiempo
antes de que el niño o la niña víctimas puedan hablar con un adulto,
bien sea con un profesor o sus propios padres. Su desarrollo, tanto
en lo emocional como en lo escolar, se verá seriamente dificultado
o incluso imposibilitado.
Por eso es fundamental que, si los padres están
preocupados porque piensen que a su hijo o a alguno de sus amigos les
puede estar pasando esto, puedan hablar desde la confianza y la comprensión,
intentando entender la situación y tomando después las medidas oportunas.
Que el niño haya podido hablarlo con sus padres es tremendamente valioso
y hay que reconocérselo como algo muy positivo. Ahora lo siguiente
es que se pueda hablar en la escuela: sería importante que el niño
pudiera contarle cómo se siente a algún adulto de confianza en colegio.
Respecto a los padres, es importante que, a pesar
de la angustia y ansiedad que puedan sentir al ser conocedores de algo
así, puedan ir a hablar con el Centro (con el tutor o Jefe de Estudios,
alguien que pueda conocer bien el ambiente en la clase) con la mayor
calma que les sea posible. Desde ahí, se debe garantizar la seguridad
del menor (mediante medidas de protección hacia la víctima y de sanción
hacia el agresor). Los padres pueden pedir que se les informe de las
medidas que se van a tomar, quedando ellos “al margen” de estas
medidas para evitar enfrentamientos directos (con el niño agresor o
su familia). También es recomendable que soliciten reuniones periódicas.
Es importante que los padres puedan confiar en las acciones que va a
realizar el centro, para poderles transmitir esta tranquilidad a sus
hijos.
En el caso de los padres sigan temiendo por la seguridad
de sus hijos una vez llevados a cabo estos pasos, pueden acudir a las
Asociación de Madres y Padres (AMPA) o al Servicio de Inspección Educativa.
Si la situación no puede detenerse o el daño producido ha sido muy
grave, existe la posibilidad de cambio de centro, pero siempre debe
ser una última medida, ya que supondría que todo lo anterior ha fallado
y estarían retirando al niño del contexto que (en teoría) le ampara.
Si los papás consideran que necesitan ayuda, es más que recomendable
que puedan consultar con un especialista que les ayude a ellos y al
niño, para poder trabajar la autoestima, la asertividad y las relaciones
sociales.
No podemos perder de vista las medidas de prevención: la educación
en valores, empatía y en el respeto de las diferencias son fundamentales
para que éstas situaciones no se produzcan. También el que los papás
puedan enseñar a los niños a defenderse y hacerse respetar (desde
la palabra), a no reírse cuando se meten con un compañero y a poder
acudir a un adulto si sienten que ellos no pueden hacer nada para dar
fin a la situación. Todo esto será más fácil si existe una relación
de confianza suficientemente buena entre padres e hijos y si los niños
tienen una autoestima lo suficientemente sólida (ahí los papás
pueden ayudar valorando sus cualidades positivas y potenciándolas,
ayudándoles también a aceptar sus dificultades). Por último, es imprescindible
dar valor a lo que nos cuentan los niños, para que puedan sentirse
escuchados y entendidos.
Sandra Toribio Caballero
Colegiada Nº M-21691.
Licenciada en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid.
Especialista en Psicoterapia
Relacional – Ágora Relacional.
Especialista en el Test
de Rorschach – SERYMP (Sociedad Española de Rorschach y Métodos
Proyectivos).
Miembro del Instituto
de Psicoterapia Relacional (IPR), de la International
Association for Relational Psychoanalysis and Psychotherapy (IARPP) y de la American Psychological Association (APA).
Psicoterapeuta de niños,
adolescentes y adultos (terapia en español e inglés). Evaluación,
psicodiagnóstico y tratamiento.
Desempeña su labor
en Global Psicosalud, compaginándolo con la consulta privada. Colabora
como traductora en la revista (online) Clínica e Investigación Relacional,
perteneciente al Instituto de Psicoterapia Relacional, y en la revista
(online) Clínica Contemporánea del Colegio Oficial de Psicólogos
de Madrid.
Email: sandratoribio@
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1 comentario:
Gran información que beneficia a todas las personas en general. Por ello resulta de gran importancia que los niños puedan confiar en sus padres, para poder controlar este tipo de situaciones.
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